Julio Martínez, un migrante cubano, hizo un viaje sin boleto de regreso a la isla. Una travesía de la cual sólo tenía referencia por redes sociales o la experiencia de algún conocido.
“Terriblemente riesgosa”, dice.
Aún más para migrantes como él, con una discapacidad física.
“Imagínate con una sola pierna, pasando por un puente de tablas, era muy difícil por los bastones, y al subir a una guagua me resbalé”.
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Por carretera, zonas montañosas, a pie. El recorrido por Centroamérica, cuenta Julio, no fue el más peligroso.
“Se hablaba de que en el río habían partes que eran bajitas, otras que eran más de profundidad y yo dije bueno, ya estoy aquí y tengo que arriesgarme a cruzarlo”.
Auxiliado por otros dos migrantes, también de origen cubano, al amanecer del 25 de abril, julio cruzó el peligroso río Bravo por Piedras Negras.
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“Yo traje mi pierna de Cuba, ellos me traían la pierna, más la mochila que yo no la podía cargar”.
Casi sin aliento y con la añoranza de un pronto reencuentro con sus hijas, julio se entregó a las autoridades migratorias y 24 horas después llegó a miami.
Jennifer Martínez, la hija de Julio, dice:
“Fueron muchas emociones, hacía mucho tiempo que no lo veíamos”.
Un recibimiento entre lagrimas, emoción y el abrazo, también, de su madre.
Ahora una nueva meta, vuelve a unir el esfuerzo familiar.
“Si quisiera con el tiempo hacerme una prótesis que yo tenga más soltura en mis funciones”.
“Sí, tenemos ese objetivo, y a trabajar duro para que el pueda tener su prótesis”.
Con su entrada, Julio engrosa la suma de los más de 78 mil 900 cubanos que han llegado por puntos de la frontera sur de Estados Unidos, la mayoría de ellos a raíz del libre visado hacia Nicaragua.
