Aunque considera que la caída de la URSS es "la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX", el líder ruso, Vladímir Putin, no quiere ni oír hablar del centenario de la Revolución Bolchevique, por temor a provocar nuevas divisiones entre los rusos.
No obstante, miles de miembros del Partido Comunista llenaron la Plaza Roja en Moscú el domingo en anticipación del aniversario de la revolución que sacudió al mundo.
"¿Y por qué habría que festejarlo? El Kremlin no tiene previsto ningún acto al respecto", dijo a la prensa Dmitri Peskov, el portavoz del Kremlin, sobre el aniversario que tendrá lugar el 7 de noviembre.
El torbellino que vivió Rusia en 1917 causó conmoción mundial. Su último zar, Nicolás II, abdicó y el poder terminó en manos de los bolcheviques de Vladimir Lenin. Un siglo después, casi no se conmemora el aniversario en el Kremlin.
Tras la abdicación, hubo un período en el que el Imperio Ruso estuvo gobernado simultáneamente por un gobierno provisional y por el Soviet de Petrogrado (la actual San Petersburgo), un organismo revolucionario integrado por soldados y trabajadores elegidos.
Este arreglo caótico se desmoronó el 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre del calendario actual), cuando el Partido Bolchevique de Lenin tomó las riendas del gobierno en lo que muchos describen como un violento golpe de estado.
Terminó siendo una revolución popular que sacudió al mundo entero, pero que tras varios años de guerra civil, dejó millones de muertos.
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Ni festejos, ni discursos, ni recepciones: el centenario de la Revolución Bolchevique ha sido ignorado completamente por el Kremlin desde que Putin ordenara a finales de 2016 conmemorar dicho acontecimiento.
"En 1991 tuvo lugar una revolución burguesa de tipo occidental. Por eso, el actual gobierno liberal de Putin se comporta como tal. Es lógico que no festejen al aniversario, ya que iría en contra de sus principios", comentó a Efe el conocido escritor Zajar Prilepin.
El propio Putin apenas ha hecho este año escuetas referencias al hecho con llamamientos a no "arrastrar hasta nuestros días las divisiones, los odios, las afrentas y la crueldad del pasado".
"¿Acaso no era posible progresar no por medio de una revolución, sino a través de una evolución?", dijo recientemente.
Acusó a los bolcheviques de destruir el Estado y arruinar la vida de millones de personas, aunque agregó que la revolución también tuvo consecuencias "positivas" -pues animó a otros países a luchar por la "justicia social"-, y que sus resultados son "ambiguos".
Es la misma postura que ha mantenido durante años con respecto a los insistentes llamamientos a retirar la momia y el mausoleo de Lenin de la plaza Roja, al argumentar que es un tema que puede provocar una escisión en la sociedad.
Esto ha indignado especialmente a los comunistas rusos, que han convocado una gran manifestación para el 7 de noviembre, a la que acudirán miembros de partidos comunistas de todo el mundo.
"Los burgueses no quieren recordar cuándo fueron derrocados y sus propiedades fueron expropiadas. Lo ven como algo peligroso, ya que hablar de ellos es inducir a la gente a interesarse por las causas de la revolución", comentó a Efe Nikolái Leónov, exsubdirector del KGB -la policía política soviética- y simpatizante comunista.
Probablemente, los nostálgicos del antiguo régimen soviético serán los únicos que salgan a la calle en el centenario, aunque entre los rusos sí había un genuino interés en retrotraerse a esos tiempos, aunque sea con libros y exposiciones.
La postura oficial quedó al descubierto cuando la exposición sobre Lenin, que incluía objetos personales y documentos nunca antes vistos por el público, fue mostrada en la sede de los archivos estatales y no en el pabellón de exposiciones frente al Kremlin.
Y es que, según las encuestas, los rusos están divididos casi a partes iguales en su valoración de la revolución, ya que un 23% la condenan y otro 22% la aprueban; mientras un 39% la consideran inevitable y un 42 % piensan todo lo contrario.
Los historiadores consideran que, en realidad, el Kremlin no tiene una postura oficial definida sobre el pasado soviético en su conjunto.
"No puede elogiarlo, pero tampoco condenarlo. Es una revolución que cambió la historia moderna, pero las autoridades no quieren participar en el debate", asegura Nikita Petrov, historiador de la organización de derechos humanos Memorial.
El Kremlin opina que si condena el régimen soviético como algo "criminal", como hicieron los alemanes con el nazismo, sería como "tachar 70 años de historia común".
"A lo máximo que ha llegado Putin es a criticar a Lenin, pero siempre en comentarios informales, no en discursos oficiales. El argumento es que no se puede caldear el ambiente y desestabilizar. En resumen, la postura del avestruz", dijo.
Por eso el Kremlin se ha marginado de la celebración del centenario, aunque a veces un gesto vale más que mil palabras y Putin inauguró días pasados en la Avenida Sájarov de Moscú, un monumento dedicado a las víctimas de las represiones estalinistas.
Según los analistas, Putin y el Kremlin siempre han estado interesados en hacer hincapié en otro hecho histórico, el Día de la Victoria sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, ya que es un evento que une a todos los rusos, independientemente de sus ideas políticas, no como la revolución.
Putin insiste en que los cambios bruscos y las terapias de choque no traen nada bueno, y teme más que nada el estallido de una revolución democrática patrocinada por su enemigos occidentales, a imagen y semejanza de lo ocurrido en Ucrania.
Para más inri, el aniversario coincidirá con el comienzo de los preparativos de las elecciones presidenciales de marzo de 2018, en las que el jefe del Kremlin se presentará a la reelección, según todos los pronósticos.