En 1994, la situación de Cuba era desesperante. El llamado Período Especial, eufemismo usado por Fidel Castro para definir la gravísima situación económica que vivía la isla tras la estrepitosa caída del muro de Berlín y el "desmerengamiento" del campo socialista, había provocado, por primera vez, desde que los hermanos Castro tomaron el poder en 1959 e implantaron un régimen comunista, un sentimiento de desesperanza generalizado en la sociedad cubana.
Y fue entonces que, el 5 de agosto, de buenas a primeras, estalló el Maleconazo, la mayor revuelta popular en 35 años de dictadura.
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Antecedentes del Maleconazo
En meses anteriores, varias personas habían irrumpido en embajadas, y la situación social se deterioraba cada vez más con el paso de las horas. De pronto, el 13 de julio de 1994, un grupo de 72 personas abordó el remolcador 13 de marzo en la bahía de La Habana, rumbo a Estados Unidos, y el gobierno decidió dar un escarmiento y hundirlo: 35 hombres, mujeres y niños desaparecieron en el mar. Un crimen atroz.
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"Otro ejemplo de la naturaleza brutal del régimen cubano", dijo el entonces presidente Bill Clinton.
Pero se intensificaron los secuestros de embarcaciones, y el 26 de julio, fecha histórica del régimen, ocurrió algo inesperado: se robaron la lanchita de Regla y la enfilaron hacia Estados Unidos. En respuesta, el gobierno arreció la vigilancia, frustrando a los que querían huir de la isla.
El 5 de agosto empezaron a correr rumores de que un barco mexicano iba a montar gente en la bahía, y eso condujo a las protestas en el malecón habanero, que fueron violentamente reprimidas por el gobierno, y que llevó a cientos de cubanos a las cárceles.
Fue entonces que Fidel Castro anunció que la Guardia Fronteriza Cubana no impediría las salidas de balseros, lo que llevó a que casi 35,000 cubanos se lanzaran al mar en busca de un futuro mejor, enfrentando un peligroso recorrido por el Estrecho de la Florida.
El limbo de Guantánamo y el desánimo de los balseros
Local
Entre los balseros que se lanzaron al mar se encontraba Iván Camejo, quien dice que siempre había soñado con escapar de la isla.
Un día, un grupo de amigos lo animó a emprender el viaje en una balsa improvisada. Para Iván, la única certeza en su travesía era una vieja brújula que guardaba, pero pronto descubrió que le serviría de poco.
“North northwest 60 grados … de La Habana para afuera”, recuerda Iván, señalando el rumbo que trazó en su mente mientras entraban al mar. Sin embargo, la travesía no fue sencilla. Los cuatro neumáticos de tractor y los remos con los que armó la balsa, apenas les ofrecían estabilidad.
En la madrugada escucharon gritos desgarradores: "Sentimos gritos por la madrugada ... Gritos, gritos, gritos. Era un hombre que estaba solo y había perdido a su familia en el mar", recuerda Camejo.
Poco después, la Guardia Costera de Estados Unidos los rescató, pero la noticia que recibieron al llegar no fue la que esperaban.
"Ustedes están en la base naval de Guantánamo y ustedes no van a entrar a territorio americano. Con eso se te cae el alma, pero hay que hacer lo que hay que hacer", recuerda Camejo que les dijeron al llegar a la base.
Por esos mismos días, en Miami, Guarioné Díaz recibía una llamada inesperada. Al enterarse de que Guantánamo estaba rebasado con la llegada masiva de cubanos, la Casa Blanca le pidió que sirviera de enlace en la base naval.
La misión de Guarioné era convertirse en el puente entre los refugiados, que no hablaban inglés, y el personal militar estadounidense, ayudando a mitigar la frustración y la incertidumbre que reinaban en los campamentos.
“Lo que más les molestaba era la incertidumbre de no saber si podrían llegar a Estados Unidos o si serían regresados a Cuba”, explica Guarioné. Su trabajo consistió en lidiar con esa ansiedad, siendo testigo de cómo, a pesar de la precariedad y el confinamiento, muchos refugiados preferían esa incertidumbre antes que regresar a Cuba.
Una comunidad de ayuda y solidaridad
La base naval, diseñada para albergar a un máximo de 5,000 militares y sus familias, fue rápidamente adaptada para convertirse en un refugio temporal para 35,000 cubanos. La ayuda de la comunidad cubana en el exilio fue fundamental.
Desde Miami y otras ciudades de Estados Unidos, miles de personas enviaron alimentos, medicamentos y otros productos esenciales. En Texas, un amigo de Guarioné organizó un envío especial de juguetes para los niños refugiados, llenando un avión entero de esperanza y alegría para los más pequeños.
A medida que el campamento crecía, también lo hacía la capacidad organizativa. La diversidad de los refugiados reflejaba a la sociedad cubana en su totalidad, y Guarioné recuerda cómo, a pesar de las dificultades, muchos encontraban alivio en la rutina diaria y en la certeza de que al menos, por el momento, estaban seguros.
Entre las iniciativas destacadas, el Miami Medical Team, un grupo de médicos cubanos radicados en Florida, viajó cada fin de semana a Guantánamo para brindar atención médica a los refugiados, llevando consigo medicinas y otros recursos esenciales.
Hermanos al Rescate: una mano amiga desde el aire
Mientras miles de cubanos permanecían en Guantánamo, otros tantos continuaban lanzándose al mar. La organización Hermanos al Rescate se encargó de patrullar el estrecho para localizar embarcaciones en peligro y avisar a la Guardia Costera.
Guillermo Lares, piloto de la organización, recuerda con claridad el dolor de aquellas imágenes: “Vimos balsas vacías, lamentablemente. Siempre dijimos: no se tiren en balsas, porque es difícil llegar”.
Iván y su grupo también vivieron momentos de tensión al ver pasar un avión de Hermanos al Rescate sin ser detectados. “Les tiramos las bengalas, dos bengalas, pero no nos vieron”, recuerda.
A pesar de estas fallidas señales, la presencia de Hermanos al Rescate era un símbolo de esperanza para quienes arriesgaban sus vidas en el mar, enviando un mensaje claro de solidaridad y apoyo.
Un destino incierto y el anhelo de libertad
El 2 de mayo de 1995, después de meses de espera y negociaciones, se anunció que los refugiados en Guantánamo podrían ingresar a Estados Unidos. A cambio, el régimen cubano se comprometió a patrullar sus costas para evitar las salidas masivas, y Estados Unidos acordó emitir 20,000 visas anuales para migrantes cubanos.
Iván Camejo finalmente llegó a Miami, pero su vida cambió para siempre. “Para que los cubanos no tengan que pasar lo mismo que pasé yo, me convertí en un activista”, afirma con determinación. Para él, la lucha no ha terminado y su esperanza sigue siendo que algún día, los cubanos puedan vivir en libertad.
Para otros, como Guillermo Lares, el compromiso con el pueblo cubano permanece vivo. “Yo quiero el pasaporte cubano algún día, pero cuando exista un cambio”, reflexiona el piloto.
Para aquellos que arriesgaron sus vidas en busca de un futuro mejor, la experiencia de Guantánamo y la ayuda recibida en el exilio simbolizan el anhelo de una patria donde no sea necesario lanzarse al mar para soñar con la libertad.