Ponce, una ciudad entre dos mundos

Estoy sentado en un sencillo restaurante de Ponce. Espero por mis compañeros para comenzar el atareado día que tenemos por delante. En tres horas comenzamos el viaje por carretera hasta San Juan para tomar el vuelo de regreso a casa. Hay que estirar el tiempo. En menos de ciento ochenta minutos debemos completar un recorrido que en otras circunstancias podría tomar al menos un día entero.

Está pendiente la visita a varios puntos de interés en los alrededores de Ponce y sé de antemano que el tiempo se me escurre entre los dedos, minuto a minuto.
No hay cosa que me cause más estrés que saber que no me alcanza el tiempo para ver todo los asombrosos e interesantes rincones que quedan por descubrir.

Es una pasión, una obsesión. Esta sensación me acompaña en muchos viajes, pero aquí en Ponce, es como si tuviera todo el tiempo del mundo a mi disposición. Sin darme cuenta el estrés queda a un lado y disfruto, por casi diez minutos, viendo como unos gorriones se dan banquete con las migajas de pan de mi desayuno que han quedado en el suelo.

El cielo sin una nube y un viejo bolero sonando en la lejanía. Un gato, ponceño en su actitud, observa a los gorriones desde la sombra de un arbusto y yo observo al gato y a los gorriones.
Algo extraño pasa aquí en Ponce. Mis compañeros me observan a mí, al gato y a los gorriones. Están asombrados de verme tan relajado ante la perspectiva de un día sumamente ajetreado. Así es Ponce. Parece que el tiempo se detiene y corre con más calma.

No sé si llamar a Ponce ciudad o pueblo. Por su tamaño puede calificar perfectamente como una pequeña ciudad de alrededor de 250 mil habitantes, pero por actitud Ponce es un típico pueblo donde todavía los vecinos, conocidos y desconocidos, se dan los buenos días cuando se cruzan en la calle. Donde al sentarte en una cafetería el dependiente, antes de hacerte el pedido, te comenta sobre el último partido de beisbol, la última pelea de Miguel Coto o el tiempo. Después, como si te estuviera invitando en su propia casa, te pregunta que deseas para desayunar. Ponce es así y los ponceños son así.

Ponce alcanzo su esplendor a finales del Siglo XIX y de esto son testigos los numerosos edificios estilo neoclásico que abundan por la ciudad. Fachadas imponentes que con el tiempo han profundizado en su carácter y presencia. Con sus altas tapias, ventanas de barrotes y el tallado en sus puertas de madera preciosa, nos hablan de tiempos probablemente más difíciles, pero menos complicados.

Hablar de Ponce es hablar del parque Las Delicias. Plazoleta central donde se respira la tradición ponceña en todo su esplendor. Con una sonora fuente custodiadas por leones, que como es de suponer, son el símbolo de la ciudad. Ponce es el antiguo cuartel de bomberos, con su estilo morisco y altanero, fundado en 1883 y hoy es el pintoresco y siempre bullicioso museo conocido como Parque de las Bombas.

A un costado del parque de Las Delicias se levanta la magnífica Catedral de Nuestra Señora de La Guadalupe. La historia de esta catedral es un poco la historia de Ponce y de Puerto Rico. Navegando entre dos mundos, entre dos corrientes.

Fue destruida y reconstruida en varias oportunidades para terminar siendo lo que es hoy, un símbolo de permanencia y fé. Después de más de dos siglos de fundada refleja ese carácter tenaz y solido de los ponceños. A su alrededor gira la vida cotidiana de esta pequeña ciudad-pueblo del sur de Puerto Rico.

Ponce es el mayor y principal puerto del Sur del país y el segundo centro urbano. Está situado a cinco kilómetros del puerto y de la playa. El primer nombre de esta ciudad fue el de Nuestra Señora de Guadalupe de Ponce y adquirió la designación de “pueblo” en 1692, cuando fue fundada por un tátara-nieto del primer gobernador de la isla, el célebre navegante español Juan Ponce de León.

Después en 1848 recibió la nominación de “villa” y finalmente la distinción de ciudad no se le confirió hasta 1877, mientras aun permanecía como colonia de España. La guerra Hispano-americana, de 1898 llevó a Ponce y a todo Puerto Rico bajo la jurisdicción de Estados Unidos.
Hablar de Ponce también es hablar del Museo de Arte. Este museo es considerado el museo de artes más importante de Puerto Rico y en él se exhibe la colección de obras de arte del ex gobernador Luis Ferré, quien era ponceño. En cada una de las galerías de este museo se exponen trabajos de distintas escuelas de alrededor del mundo, destacándose especialmente la de pinturas italianas, flamenca y española.

Una característica, a mi parecer, del ser ponceño, es el grado de educación y orgullo de los nacidos en este terruño, y la otra es que ser ponceño es una especie de combinación entre arte y diversión.

Un ejemplo, que muchos no ponceños podrían considerar traído por los pelos, es el Castillo Serrallés. Este castillo perteneció a una de las familias más adineradas de todo Puerto Rico y no por casualidad hicieron su fortuna fabricando el ron que más se vende en la Isla, Don Q. Hoy en día este fabuloso castillo de estilo renacimiento español, es un museo dedicado a la fabricación del ron. En sus jardines se puede degustar el sabroso ron Don Q. como parte de las excursiones. No hay que decir que fue una de las excursiones que más disfrute, simplemente la historia me apasiona.

Apartándonos de la historia, y siguiendo con el ron, un lugar donde se puede disfrutar más del ron que de la historia, es el famoso paseo tablado La Guancha. Aquí durante el día y hasta altas horas de la noche es donde vienen los ponceños a disfrutar de verdad de este bello pueblo-ciudad que es Ponce.

Tratar de retratar una ciudad como Ponce en unas simples líneas es algo inútil. Su verdadera esencia, el sabor, el colorido son imposibles de describir con palabras. Por eso lo único que puedo es conminarlos a que cuando visiten Puerto Rico no dejen a Ponce fuera de sus planes
 

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