En los campos de Homestead y los Redlands, hay miedo, y se refleja en los rostros de quienes cada día trabajan la tierra para poner comida en las mesas de millones de familias en Estados Unidos. Desde que se intensificaron las deportaciones bajo la administración del expresidente Donald Trump y, más recientemente, con la ampliación de poderes para la policía estatal y local en Florida, la incertidumbre ha golpeado con fuerza a la comunidad inmigrante.
Los trabajadores agrícolas, en su mayoría inmigrantes, han visto cómo su rutina diaria se transforma en un riesgo constante. Una de ellas, quien lleva dos décadas en el país tras emigrar de Guatemala, recoge tomates mientras confiesa su angustia.
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"Nos sentimos con miedo porque ya no queremos venir a trabajar, pero tenemos que salir porque nos va a dar hambre. ¿Qué le vamos a dar a nuestros hijos? Es muy duro lo que está pasando", dice.
La situación es aún más difícil para ella, pues su esposo fue deportado hace algunos años y ahora es la única fuente de ingresos para su hija de 12 años y sus cuatro hijos que estudian en la universidad gracias a becas.
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"Nosotros somos el motor y la semilla de este país. Somos la columna de este país y nuestros hijos son el futuro", dice.
El miedo a las deportaciones no solo afecta a los trabajadores, sino también a los negocios que dependen de ellos. La producción agrícola enfrenta una posible escasez de mano de obra, lo que podría elevar los costos de los productos.
"Nosotros alimentamos a los políticos y ponemos los alimentos en la mesa. Y no nos parece bien lo que está pasando, porque las cosas se van a poner más caras y nosotros no podemos", advierte otra trabajadora.
Local
En el centro de Homestead, el temor es igual de palpable. Un joven trabajador agrícola comparte su experiencia:
"Si uno va por la calle y ve una patrulla, se le sale el corazón. Pero, ¿qué vamos a hacer?"
Él, como muchos otros, solo busca trabajar y sostener a su familia en Guatemala. Después de enviar dinero a su país, le quedan apenas diez dólares en el bolsillo.
"Mira cómo estoy, vengo del trabajo. No creo que tenga pinta de criminal. Ahorita hice un envío y mira lo que me queda", dice, mostrando su billetera casi vacía.
Para Soila Gallegos, empresaria en Homestead desde 1983, la situación es inédita.
"Tengo más de 50 años aquí y jamás, jamás había visto algo así", asegura.
Su negocio, como muchos otros, depende de los trabajadores agrícolas, y la caída en la clientela es evidente.
"Las ventas están muy, muy bajas. Ahorita no tenemos para pagar la renta y, para colmo, la subieron a casi 4 mil dólares", lamenta.
Además de la crisis económica, Gallegos ha notado el miedo en la comunidad a través de su servicio de notaría.
"Hacemos cartas de poderes para que, en caso de que pase algo, la gente pueda decidir con quién van a dejar a sus hijos", explica.
No es la única que enfrenta dificultades. Muchas tiendas en Homestead están vacías porque los trabajadores, ya sean indocumentados o con permisos temporales, prefieren salir solo para lo estrictamente necesario.
Mientras tanto, la incertidumbre sigue creciendo. La comunidad inmigrante en el sur de Florida enfrenta una realidad donde el miedo y la desesperación se han convertido en parte de la rutina diaria. Gallegos, como muchos otros, aún mantiene la esperanza de que las autoridades reconsideren el impacto de estas medidas y busquen una solución específica para los trabajadores agrícolas, cuyo esfuerzo es clave para la economía del país.