Por qué CONCACAF sorprende al mundo

Si la CONCACAF busca un título para su película en el Mundial 2014, una encaja justo: “Más extraño que la ficción”. Costa Rica gana el grupo de la muerte, México calla a la torcida brasileña, Estados Unidos saca revancha histórica ante Ghana... Sólo Honduras carga derrotas, pero nadie la culpa.

Nuestras selecciones arruinaron millones de quinielas, que con razón apostaron contra este éxito, y van por una hazaña inédita: nunca hubo tres de CONCACAF en octavos de final de Mundiales.

El prejuicio ayuda. Cuando dos grandes como Uruguay e Italia enfrentaron a Costa Rica, asumieron por historia que debían tomar iniciativas, y lideraron, como pocas veces, la posesión del balón (54% Uruguay, 58% Italia). Acostumbrados a ejecutar contragolpes y no a sufrirlos, uruguayos e italianos no supieron responder al cerrojo y los pases largos y precisos de los ticos. Los maestros del contragolpe fueron víctimas del mismo.

Al prejuicio también lo mata la experiencia. Por eso Brasil no cayó en la trampa de sobrarse ante México. Entre torneos juveniles y Copas América, los brasileños saben de su contraste parejo con el estilo mexicano. En el 0-0 de Fortaleza crearon chances y obligaron a Memo Ochoa a ser figura, pero su retaguardia no regaló el área.

Y ante Camerún, México agradeció que un jugador como Giovani dos Santos, tibio y depresivo en eliminatorias y amistosos, asumiera la vitamina emotiva de un Mundial. Los choques parejos sólo se desenredan con inspiración.

Estados Unidos sufrió demasiado ante Ghana, pero aprendió de su pasado. Este mismo rival lo eliminó de los dos Mundiales anteriores con goles calcados: robos de balón en la media cancha (en 2006, a Claudio Reyna; en 2010, a Ricardo Clark) y velocidad.

El lunes pasado, en Natal, Estados Unidos prefirió arriesgar la media y estorbar el tráfico en su área. La fortuna la sangró en la lesión de Altidore y la nariz quebrada de Dempsey, mas la compensó cuando el inexperto John Brooks sacó petróleo de un córner.

Pero éstas fueron contingencias de cada partido, y no explican cómo las selecciones de CONCACAF, que no han llegado a semifinales en Mundiales desde hace 84 años, dieron tantas respuestas correctas a exámenes en extremo complejos.

El técnico autor de la máxima sorpresa en la historia del torneo, Sepp Herberger (Alemania 3-2 Hungría en 1954), explicaba estos fenómenos con su ilustre máxima: “La pelota es redonda y los partidos duran 90 minutos”. Eso implica que la esfera puede ir a cualquier parte, y hay tiempo de sobra para que el caos de la cancha quiebre predicciones.

“Hay en la mente una zona en la cual todo es posible”, recitaba Rod Serling en su “Dimensión desconocida”. En ese trance camina la CONCACAF, y ninguna lógica define los límites que podría alcanzar en las cancha de Brasil.

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