Bogotá: más cerca de las estrellas

Enfrentarse a una ciudad desconocida puede ser una de las principales razones de preocupación de los viajeros. Pero esta poderosa razón se desvanece tan pronto el avión en que llegas sobrevuela los cerros y se abre ante la vista la hermosa planicie donde se asienta la entrañable ciudad de Bogotá. El verde cálido de la vegetación salpicado de gigantescos techos blancos y las bien cultivadas parcelas son la antesala de una experiencia que sólo se puede calificar de extraordinaria.


Me enamoré de Bogotá, de sus gentes, de sus colores y sabores, del frío del altiplano con el plácido calor que deja el sol en estas alturas. Una ciudad donde la sonrisa es el común denominador y la invitación a la rumba la segunda palabra que te ofrecen los bogotanos.

Aquí, si sabes dónde buscar, puedes encontrar gentes que aún te brindan ayuda con orgullo y desinterés. Pero cuidado, en todas partes hay malandrines, y los bogotanos no se quedan atrás. Si te prometen esmeraldas certificadas a precio de bazar, mejor busque una tienda establecida.
Hablando de esmeraldas, este es el país donde se producen las más hermosas del mundo y los precios no son nada despreciables si los comparas con las esmeraldas que puedes obtener en otros países.

La constante en Bogotá es que donde quiera que te pares verás los cerros, como escoltas gigantescos con sus cabezotas perdidas entre las nubes. El principal cerro de Bogotá es el Cerro Monserrate. En su cima se dan cita fé y gula. La Iglesia del Cristo Caído se yergue en el punto más alto del Cerro Monserrate, como si quisiera acercar a los bogotanos un poco más al cielo. No es por gusto que de Bogotá se dice que está 2,500 metros más cerca de las estrellas.
A pocos pasos de esta iglesia, separada por un angosto sendero de piedras está el restaurante San Isidro, un mirador espectacular con paladar francés. Para mi gusto caro y con comida regular.

En Bogotá no solo se asienta la sede central del gobierno de Colombia. En la pintoresca y siempre concurrida Plaza Bolívar están el Congreso de la República y la Corte Suprema de Justicia. Pero más que edificios históricos, esta plaza es el alma de Colombia al descubierto. Miles de palomas picotean atrevidas sobre los viejos adoquines simbolizando el ansia de paz de cada colombiano y alrededor de ellas una muchedumbre de peatones haciendo cada uno su gestión en esa plaza, vendiendo chucherías, gritando sus consignas, enamorando o enamorándose en plena vía pública. La Plaza Bolívar en Bogotá, un lugar que merece ser visitado.

También están como lugares de sumo interés el Museo del Oro, donde el precioso metal se vuelve más precioso al cobrar vida en exquisitas tallas y figuras que datan desde la época precolombina; la Casa de Fernando Botero, el mundialmente conocido pintor colombiano que ha hecho de la gordura un arte. Museos, galerías y centros culturales abundan en el centro de Bogotá.

Pero si decide alejarse unos kilómetros del centro encontrará en Zipaquirá La Catedral de Sal Una iglesia construida donde antiguamente había una mina de sal. Sus pabellones y galerías representan los trece escaños del vía-crucis de Jesucristo. Magnifica e imponente esta catedral es un lugar de visita obligada para quienes viajen a Bogotá.

Pero si los bogotanos están tan cerca de las estrellas y tienen una religiosidad popular tan profunda, no se confunda. Les encanta la rumba y el aguardiente y me atrevo a asegurar que el “rumbeo” es el deporte más popular del país, incluso más que el fútbol que es pasión nacional.

Si quiere rumbear cualquier día por la noche dese un paseo por la Zona Rosa o por el parque de la 93. Allí numerosos restaurantes y cafetines tienen abiertas sus puertas hasta muy pasada la media noche. Pero si aguanta la juerga hasta que cierren sus puertas, lo despiden no con un último trago, sino con un tazón de un caldo que revive a los muertos.

Y como ya pasamos al ambiente de la rumba no se puede ignorar un lugar que tiene más nombre de matadero o carnicería que de restaurante. “Andrés Carne de Res”, en las afueras de Bogotá. Discoteca, restaurante, rumbeadero, locura y alegría desde que llegas hasta que te sacan. Ese es el lugar donde he visto más mujeres bellas reunidas bajo un mismo techo. Otros podrían llamarlo “El Palacio de la Silicona”, pero para mí está bien el nombre que tiene. No dejen de ir. No se arrepentirán.

Muy poco tiempo y muy poco espacio para hablar de una ciudad con una historia que casi encaja en la leyenda. Muchos lugares por ver y muchas personas amables y cariñosas por conocer.

De recorrido por América, Bogotá es una de las ciudades de las que menos se habla en los círculos turísticos y una de las que más tiene que ofrecer.
 

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